Vistas de página en total

jueves, 23 de abril de 2015


"Porque me fui, queriendo quedarme, pero habíamos llegado a un punto en el que era marchame o morir. Esperarte o la felicidad. Porque en el fondo sabía que nunca volverías, si es que algún día, ya no lo sé, estuviste.
Y el reloj empezó a marcar demasiado tarde, fuese la hora que fuese. Tic-tac-tic-tac...y sonaba como un disparo.
Adivina quién moría en aquellas noches: demasiado frías en invierno, demasiado calurosas en verano, pero siempre demasiado solitarias. Demasiado.
Y me acostumbré a eso, a mirar las estrellas de madrugada hasta perder todas las noches que me quedaban. Me sentaba junto a la ventana, me encendía un cigarro, escuchaba canciones de Bob Dylan y tarareaba tu nombre hasta que dejaba de tener sentido.
Hubiese sido bonito, o al menos sano, que hubiese dejado de tenerlo para siempre, pero no; a la mañana siguiente estaba tan herida, en mi propia necesidad de estar contigo, como siempre lo había estado.
Ya sabes, recuerdo que un día te lo dije, que no se me daba bien olvidarme de las personas.
Y miraba tu última conexión en WhatsApp con la esperanza de comprobar que hacía días que no te conectabas y que aún no habías leído las últimas palabras que te escribí. Eran falsas esperanzas, claro. Falsas, como todo lo demás.
Como todo eso que nos dijimos, o que, haciéndole justicia, fingimos decir, con una mano en el corazón y apuñalándonos por la espalda con la otra. 
No supimos hacerlo mejor, supongo.
Pero ya sabes que no nos culpo, ni a ti ni a mí, simplemente fuimos una desviación en la autopista de la vida. No hay más. Y no habrá menos".